miércoles, 17 de abril de 2013

DÉBORA

La táctica de siempre, esperar a que la eligan.

La prisa por volver a atrapar a uno más.

El fugaz encuentro.

Sobresalía de entre todas por su juventud, la delgadez, un lunar en la mejilla derecha, al estilo de Marylin.

Ciertamente era la mejor.

Y en el momento de la entrega, la docilidad aparente a un principio y la carrera embrutecida por acelerar el fin, finalmente.

La conclusión: así es esto. ¿qué más se puede pedir?.

Semanas después cual cómplices, bastaba una mirada para que acudiese prontamente a su habitación, dónde yo la esperaba.

Reflexioné que era muy breve el tiempo de relación, pero me resultaba imposible contenerme.



No pregunté mucho sobre su pasado. Veintidós años, originaria de Guatemala. Dos hijas menores.


Supe donde vivía, y a veces pasaba como por descuido a ver si la encontraba y podía llevarla en mi coche, a cualquier lugar.


Me gustaba, y mucho.

Imaginé que pasaba un fin de semana con ella de forma distinta. Le compraría un traje a su medida, fino, iríamos de paseo, nos divertiríamos, cine, playa, restaurant.

Me pasa eso continuamente, aunque no lo he hecho.

Por la prisa dejó de interesarme, estaba bien que fuese así para ella, no para mí, un cliente con ganas de ser especial. Deseaba elegir a alguien distinta, pero siempre ella ganaba por su frescura y sus atavíos insinuantes.

Al salir pensaba es una profesional, no puede hacer mejor su trabajo, mejor sería un error.

Y, cual esclavo que cede ante la tiranía de su belleza, mansamente volvía cada cierto tiempo a sus terrenos.

Una ocasión, quise tocarla, sentir más de su pubis, cosa que había cedido a medias otras veces.

Terminando ví  que el preservativo estaba manchado de sangre y parte de su pierna también, esa fue la última vez que estuve con ella. Cínica mente dijo:

- No soy yo, eres tú, creo
- Loca le dije.

Así me desprendí de ella.

jueves, 4 de abril de 2013

Rosario


- Papi, necesito que me hagas un préstamo  aunque sea quinientos pesos, es que acabo de recibir un allamada de El Salvador, donde me pide me presente con urgencia.

Esa vez fue la última que escuché a Rosario.

Le pedí que no me llamara, le dije este número ahora lo anda mi esposa. Discúlpame.

La había encontrado un día, le invité unas cervezas y fuimos al motel.

39 años cumplidos, belleza sudamericana, sonrisa perfecta a medias.

Me estuvo marcando  los cinco días cumplidos, pero yo no quise verle, pues en realidad no me atraía tanto y andaba afiebrado por un contagio de gripa.

La misma situación diez días después, la maldita gripa no quería soltarme.

Quince días después me volvió a llamar, diciendo que quería verme, ya no estaba tan afectado, pero francamente no quería verla. Es simple.

Pero la maldita gripa siguió conmigo tres meses más, y reflexioné si no fue esos besos que recibí de ella, quien a su vez me había comentado andaba resfriada por esos días en que tuvimos el encuentro.

Todo mundo sabe que las damas de compañia no besan en la boca, pero ella si, y eso que en su momento fue el plus de su servicio, fue también una huella indeleble.

No valió la pena el momento, no fue extraordinario, nada fuera de lo ordinario, no me atrapa, pero lo que si me enfada es que su recuerdo permanece en mí, por el maldito virus que se aloja en mis pulmones.

No sé, y con el corazón deseo que no haya adquirido algo más que el virus de influenza de ella, terminaría por pensar que soy tan, pero tan, pero tan pendejo.

 Hoy, luego de escupir, sentí la mirada de Rosario, luce bien, parece que le va mejor que la última vez que me llamó.

Solo le alcé las cejas y ella me devolvió el saludo. Tiene buen aspecto, sus piernas son torneadas, el ombligo es de adolescente. Su mirada propositiva.

Pero pudo más mi coraje, y mi disimulo.

Además, ella ni enterada.

Así feliz, ella, gripiento, yo.

lunes, 1 de abril de 2013

Yesenia



Fue mi alumna de preparatoria, hará unos siete años. Por ese tiempo era exagerada para llamar mi atención hacia sus desplantes, irreverencias y retos que conseguían hacerme perder la razón.

Se juntaba con otras dos, igual de cínicas, pero la más brillante era ella.

Las tareas, las hacían en clase, las de mi materia o las de otras, daba igual. El chiste era poner a prueba la paciencia del maestro, ocupaban el área restringida  reían sonoramente ante la solicitud de silencio, retaban a tomar medidas más drásticas para imponer disciplina.

Para transtornarme no importaba hacer sorna de ellas mismas, denigrándose  jugando con el lenguaje, insinuando comparaciones animales.

Llegó el día en que supliqué, márchense de mi vista, dije. Se me salieron de control, se supone que el juego consistía en saber quien soportaba más a quien, quien resultaba ganador de la prueba: Aguantar las travesuras o aguantar los regaños. Ellas ganaron.

Nunca pedí auxilio con las autoridades, esas están para otra cosa, no avisé a sus padres, era solo un acuerdo  callado entre ellas y yo, al fin, la época de la prepa no duraría para siempre.

En el último año se volvió mi amiga, de esas amigas que jamás creíste, de ser tu enemiga se vuelve tu cómplice, tu aliada, me acompañaba a algunos eventos, me apoyaba en mis sugerencias, aplaudía mis comentarios y encaminaba las simpatías de los demás hacía mi.

Su sonrisa abierta expresa soltura, atrevimiento, libertad.

La relación no pasó de ser un juego, yo la abrazaba amorosamente, ella era cortés.

Me quedaba la duda, ¿regresaría a ser la malcriada que fue?... pero conservaba su falta de seriedad, solo que yo ya no era el destinatario de sus irreverencias.

Luego egresó, y creí que la confianza entre los dos aumentaría. Emigró a una ciudad cercana y, ya no coincidimos en ningún lugar.

La he visto, participa en algunos grupos locales de danza, me ha saludado, parece el tiempo suspendido. Su belleza es insultante.

Ayer  mientras limpiaba el coche, pasó con alguien, me saludó de lejos. No la vi completa, pero tuve el deseo de ir, abrazarla y decirle: "estás bien cogible".

¿Qué me diría?