jueves, 4 de abril de 2013

Rosario


- Papi, necesito que me hagas un préstamo  aunque sea quinientos pesos, es que acabo de recibir un allamada de El Salvador, donde me pide me presente con urgencia.

Esa vez fue la última que escuché a Rosario.

Le pedí que no me llamara, le dije este número ahora lo anda mi esposa. Discúlpame.

La había encontrado un día, le invité unas cervezas y fuimos al motel.

39 años cumplidos, belleza sudamericana, sonrisa perfecta a medias.

Me estuvo marcando  los cinco días cumplidos, pero yo no quise verle, pues en realidad no me atraía tanto y andaba afiebrado por un contagio de gripa.

La misma situación diez días después, la maldita gripa no quería soltarme.

Quince días después me volvió a llamar, diciendo que quería verme, ya no estaba tan afectado, pero francamente no quería verla. Es simple.

Pero la maldita gripa siguió conmigo tres meses más, y reflexioné si no fue esos besos que recibí de ella, quien a su vez me había comentado andaba resfriada por esos días en que tuvimos el encuentro.

Todo mundo sabe que las damas de compañia no besan en la boca, pero ella si, y eso que en su momento fue el plus de su servicio, fue también una huella indeleble.

No valió la pena el momento, no fue extraordinario, nada fuera de lo ordinario, no me atrapa, pero lo que si me enfada es que su recuerdo permanece en mí, por el maldito virus que se aloja en mis pulmones.

No sé, y con el corazón deseo que no haya adquirido algo más que el virus de influenza de ella, terminaría por pensar que soy tan, pero tan, pero tan pendejo.

 Hoy, luego de escupir, sentí la mirada de Rosario, luce bien, parece que le va mejor que la última vez que me llamó.

Solo le alcé las cejas y ella me devolvió el saludo. Tiene buen aspecto, sus piernas son torneadas, el ombligo es de adolescente. Su mirada propositiva.

Pero pudo más mi coraje, y mi disimulo.

Además, ella ni enterada.

Así feliz, ella, gripiento, yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario