lunes, 8 de julio de 2013

Rubí



A media quincena, Rubí y yo, no teníamos lugar para nuestros encuentros, así que aprovechábamos la casa de nuestra amiga, una casa del siglo pasado con amplios jardines en abandonos y que nos parecían tan románticos y propios para ejercer nuestra intimidad.

En busca de más placer hasta gozar el trastorno buscábamos la forma de satisfacer todos nuestros impulsos  en el sexo.

En el carro, en el baño pero lo más atrevido, fue en la hamaca. - A plena luz del día y platicando con la comadre-.

Esperábamos a que cayera la noche y platicábamos, después alegando cosas por hacer o bien retirarse a su descanso Yesenia, nos dejaba a solas.

Cobijado por el manto que del tendedero más cercano bajé, me endulce con sus senos, desnudé con velocidad y con esfuerzos mayúsculos su cuerpo, hice también lo propio.

Ahí mismo en esa circunstancia tomamos vuelo, ritmo, el antojo de lo prohibido, el gusto por la novedad  nuestra  inspiración.

Justo ahí reapareció nuestra anfitriona, avergonzado cerré los ojos.

Envueltos en el cobertor trepados en la hamaca, las ganas de que oscurecieran no aguantaron a nuestras ansias hormonales.

Ahora que lo pienso  la señora Yesenia se habrá dado cuenta y se hizo la desentendida o  pretendía ver despreocupada hasta donde llegaba nuestra desfachatez.

Rubí que la tenía debajo, cínicamente se puso a platicar también,  destendidos, enrollados, envueltos entre sacando nuestros respectivos jugos.

La comadre hablando si de la carestía de la vida, que del clima, el domingo que no fuimos a la iglesia, el candidato que parece que va a ganar en la próxima campaña, yo entretanto haciéndome el dormido, respingando de tanto en tanto para no perder la erección .

Puede que (porque no veía a ninguna) cual cómplices las mujeres se estaban diviertiendo conmigo, haciéndome sentir  que la interruptora del coitus hamceucus, era una interruptora accidentada.

No hubo moral. Ni respetación.



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