miércoles, 22 de mayo de 2013

Nirvana

Tantas historias habían sobre ella, yo no tenía tiempo para oírlas. 


Y, entre más murmuraban, más era el deseo de comprobar si en realidad era tal cual lo decían: Fogosa. 

Llegada del país del ritmo, pasión y fuego: Honduras. 

Vivía en la orilla del pueblo sobre una colina, desde donde todas las tardes salía a esperar a su marido. 

18 años, según. 

Yo iba a verle, luego de que nos había dado café en una borrachera.

Pronto me dí cuenta que Nirvana tenía mucho tiempo por matar, le sobraba vida, vida que transcurría en la espera y el medio convivir con el papá de su niña de meses que un día o dos de la semana llegaba solo a dejarle algunos víveres, para volver a irse a atender su otra familia. 

Y que contaban de ella. 

Llegó de alma rebelde a los quince años, con la intención de irse a los Estados Unidos. Este municipio es el comienzo del trayecto, aquí algunos se quedan, al igual que ella, pues seducida por el dinero, empieza como mesera en una cantina. 

Debido a su belleza, Nirvana fue la manzana de la discordia entre las otras, que sintieron la amenaza de sus ganancias, el dueño la trataría mejor. 

Su marido la rescata, pero tampoco puede atenderla como se debe. 

Y, ¿yo?

Le hallé el gusto pues mi curiosidad ya estaba alimentada. 

En vez de entrar a la escuela, me iba a aprender lecciones de Fajes, I, II y III. 

Me llevaba ventaja en experiencia, pero eso era precisamente lo atractivo. 

Me dijo - ¿Y cuando te vas a animar a que te pase, lo que tu mamá no quiere que te pase conmigo? 

Tragué saliva y oculté mi miedo. 

¿Miedo a qué?

Me da risa, pero los nervios y esa sensación expectante de lo bello de lo desconocido, si me daba algo parecido al miedo. Me da gusto que me siga pasando actualmente, cada vez que conozco una mujer. 

Y sobre el oxidado camión donde nos besábamos, propuse que esa noche. 

- Esta noche a las once. 
- Es un hecho, dije. 

El problema era salir de casa.  Mi mamá me tenía vigilado, y no había oportunidad para estar fuera después de las ocho de la noche. 

Pero valía la pena intentar una oportunidad. 

Y el método para saber si no estaba acompañada sería el foco de afuera. 

- Si ves la luz encendida ni te acerques, pero si todo está a oscuras, toca la puerta y    me vas a hacer feliz. 
- Ok 
- No me vayas a dejar esperándote, eh!

Fue fácil convencer a mi madre, para sorpresa, me autorizó ir a dar mañanitas a una compañera de escuela, que efectivamente cumplía ese día, pero que yo por supuesto no iría. 

Tomé prestada la bicicleta de un amigo, y encaminé, pensaba... ¿Y si está apagada la luz?, madre  santa, me voy a orinar de miedo, miedo a la felicidad. ¿Y si está encendida?.. me regreso y no pasa nada, sigue a salvo mi integridad física, mi inmaculado instrumento de vida. 

A unos metros vi  que no había luz, reinaba la oscuridad, eso significaba que había pase directo. 

Nervios ricos, nervios de probar el fruto prohibido, literalmente. 

Los cuerpos tendidos, el de arriba torpe, la belleza horizontal paciente. 

No sabía si había que quitarme todo, o dejarme alguna prenda, por si había que huir en cualquier momento. 

- Quítate todo, dijo; "quiero tenerte entero, toma tu tiempo, pero no mucho".

Me subí. Era tal y como lo habían dicho, mucho y muy buen sabor, carnes duras rozagantes, movimientos bondadosos, energía fluyendo. 

Exploté antes de tiempo, apenas iba a decirme: "Yo te enseño". 

Se quejó de la prisa, "Mas tardaste en desvestirte". 

No podía pensar en algo, mi emoción estaba en flor. 

"La próxima lo harás mejor" dijo complaciente. 

Un beso tierno, y el regreso a mi casa... pensaba mientras pedaleaba,  esto es el amor, esto es, esto es, esto es, es obvio que cualquiera muera por hacerlo. 

Muy rico, pero...¿Así huele siempre?, puedo acostubrame. En cambio. 

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